lunes, 8 de agosto de 2011

ALTER EGO por Jose Delgado


[... Entonces cogió un pedazo de pan sin ningún temor a futuras represalias y se lo llevó a la boca, era lo primero que comía en semanas, aquella sensación fue de alegría por calmar su dolor y de tristeza por que se terminaba. Esos eran los resultados de una guerra caótica, una guerra que ni el más inteligente lograba entender. El empezar de una nueva vida, un nuevo amanecer daba esperanza, una bocanada de aire fresco. Sensación de paz, sin ruidos de guerra,  sin ruidos de metralla, una nueva oportunidad le daban... reunirse con la familia y caminar, caminar sin descanso semanas La sonrisa se ha desgastado, no existe...]
Arrojó el desgastado papel después de leerlo, agobiada por los acontecimientos, corrió y se refugió en la sombra de unos débiles cartones, estaba segura que allí nunca la encontrarían. Se aferró fuerte entre sus piernas y cerró los ojos. Momentáneamente, sus problemas pasaron de largo, el silencio se hizo, un silencio largo e incomodo, lo suficientemente como para preocuparse, Levantó la cabeza despacio y muy tímidamente, y vio algo que se le escapaba de la imaginación, por una vez, las calles que antes albergaban vida, estaban vacías. No había nada, no había nadie, tan sólo silencio. Desesperada corrió calle arriba, corrió calle abajo, pero la nada se iba apoderando del lugar, el silencio, la oscuridad, y todo aquello que le ponía nerviosa, por un momento, todo aquello que había deseado, lo estaba viendo realizado ante sus propios ojos, lo peor es que no se había dado cuenta. Casas abiertas, desayunos humeantes encima de las mesas de las cocinas, televisores encendidos en las tiendas, ¡dios mío! Predicaba ella, pareciera como si de repente, todo el mundo hubiese desaparecido, se los hubiera tragado la tierra, ¿Qué habría pasado? ¿Hemos sido víctimas de un ataque bacteriológico? Pregunta tras pregunta, sus conjeturas se iban haciendo mas evidentes, pero a la vez, más desconcertantes. A lo lejos, la ciudad se iba desdibujando, convirtiendo en trazos aleatorios de un dibujo infantil, con colores, tachones y texturas... Ella no podía dar crédito a lo que veía, era absurdo.
Abrió nuevamente sus ojos, de golpe, como una exhalación salió del letargo donde estaba, en la misma posición que recordaba, de un salto se incorporó y corrió nuevamente calle arriba y calle abajo, todo lo recordaba tal cual, nadie en la calle, nadie en los comercios, nadie en ningún sitio, los mismos desayunos humeantes encima de las mismas mesas, los mismos televisores encendidos, la misma nada que antes se apoderaba del lugar hacía presencia. Un largo escalofrío recorre su espalda, una gota de sudor frío resbala por su frente, el terror era tal que sus huesos se quedaron clavados en el suelo, inertes. Como un espasmo, se movió en el vacío, algo le decía que debía correr hacia ninguna parte, pero salir rápido de allí, los cartones parecía el único lugar seguro en todo el mundo, nada más dar las tres primeras zancadas miró hacía atrás y vio el mismo paisaje desdibujado nuevamente, la reiteración de un sueño obsesivo la inquietaba, se volvía loca, pues su mente no lograba descifrar ni interpretar todo aquello. Sin pensarlo mucho siguió su marcha hasta que llegó a los cartones de nuevo, el silencio se hizo. Abrió los ojos, la gente poblaba de nuevo la calle, murmullos, pitas, sirenas y lo que le parecía más extraño, el sol brillaba, como un amanecer nuevo en medio de la nada, ella empezó a caminar por los mismos sitios de la nada, los desayunos vacíos se convirtieron en desayunos con gentes diferentes, distintas, gentes con risas, con problemas, con gente… Era todo tan extraño, un cortado por favor, se atrevió a decir, no respondieron, no le hacían caso, había gente pero se sentía mas sola que nunca, nadie le hablaba. De repente el cielo se oscureció y comenzó a llover, primero poco a poco, después de golpe, muy fuerte. Salió corriendo como una exhalación y como una posesa buscando a alguien que le hiciera caso, que respondiera a su llamada de auxilio, Su cuerpo estaba cubierto de lluvia, su largo camisón pegado a su piel y ella corriendo a duras penas por que el mismo camisón se lo impedía. Se arrodilló y mirando al cielo con miedo solo atinó a emitir un gruñido largo y desgarrador.
Amanda se despertó de golpe con su mismo gruñido, envuelta en un charco de sudor, una pesadilla había interrumpido su descanso, era una mañana de Domingo, el sol penetraba por las destartaladas baldas de madera de su pequeño cuarto, en una silla, la ropa que había utilizado la noche anterior arrojada y las botas de terciopelo que decoraban su atuendo, en su mesilla de noche un vaso de agua y una tableta de pastillas, esas pistas denotaban que hacía días que no dormía bien, una papelera a los pies de su cama, llena de papeles arrugados y toallitas húmedas desmaquillantes con aloe vera, en su cara, las marcas del paso el tiempo hacían aparición, sin duda, había pasado la barrera de los cuarenta. Un poco más calmada, cogió la tableta de las pastillas y se tomó tres de golpe con un trago de agua. Todo parecía dar más o menos vueltas, la velocidad cambiaba con el cambio de las canciones que salían de aquella radio de plástico que regalaban con cuatro paquetes de condones, una vez cayó en la cama, cerró sus semi desmaquillados ojos embadurnados de lápiz negro y levito por encima de su cuerpo, desde la altura se veía a sí misma tirada en la cama, ya que estaba la ventana abierta, decidió salir a ver su ciudad, era la primera vez que la veía de esa forma tan luminosa, y no quería perdérsela, quizás fuese la última vez, en su calle, el mismo frenetismo de siempre, Juana, la pescadera, diciendo miles de recetas. Si señora, el pescado lo raspa, lo limpia bien, lo lava, lo abre a la mitad y lo asa, ¿la sal? Dos puñados… y pensando, si tu supieras lo infeliz que me hace este trabajo, ¡Genial! Por un momento Amanda se sentía invencible, no sólo podía volar y ver su ciudad por el aire, sino, que además podía leer el pensamiento de todos los habitantes. Rosa la dueña de la Tasca de la esquina deshojaba una margarita que le había regalado Ramón, el repartidor, por fin había comprendido que estaban juntos, que no era un rumor, que todo era real, bueno y que decir de Paco, el revistero, que por fin sabía su secreto, desde la altura lo vi ojear, mirar con deseo aquella revista de hombres desnudos, pero eso no se lo podía decir a nadie, no podía compartir mi secreto, demasiada responsabilidad. Lo que en un principio me parecía divertido, intrigante, se convirtió en obsesivo, quería más, quería saber de más gente, abandonos, cuernos, líos, maltratos… de pronto me sentí mal, un pensamiento aislado en medio de la muchedumbre con sus secretos y pensamientos, y sin embargo, ese retumbar de ese pensamiento, como una pelota en una pared… pum…pum… quise hablar con la gente, así que bajé lo más rápido posible de mi vuelo,  mira, allí está Ángel, mi primo, Ángel, Ángel, pero no me hacía caso, Paco, Paco, el revistero tampoco, es como si no me viera. Amanda corrió calle arriba y calle abajo, entró en la cafetería y poco a poco la gente se iba yendo, desapareciendo, giraba la calle y no había nadie, paraban los coches y no había nadie, sólo los coches encendidos hasta que se les terminaba el combustible. Como una exhalación  siguió corriendo para encontrar un suspiro de esperanza, pero sólo encontró la nada. Todo parecía igual que en el sueño, las mimas calles, las mismas señales, los mismos síntomas, solo que ahora parecía aún más real, decidió cerrar los ojos tan fuertemente como pudo para despertar de ese amargo sueño.
Amanda abrió los ojos a la vez  que una ráfaga de viento acariciaba su pelo, las hojas secas bailaban alrededor suya, estaba delante de un paisaje nuevo para ella, no lo recordaba ni en sus sueños ni en su ciudad. Tenía delante de sus ojos un antiguo cementerio del cual no sabía ni siquiera su existencia, y entre todas las lapidas, le llamó la atención una en particular, corrió tan rápido como pudo y se quedó perpleja, debía ser un error, pues era su propia tumba, tumba que empezó a escarbar con sus manos desesperadamente, su propia tumba, no podía estar muerta, me quiero despertar gritaba, pero también quería salir de todo aquello, quería salvar su propia alma, las uñas se iban rompiendo una a una y de los dedos emanaban sangre, por fin tocó algo duro, era una tapa de madera, la cual con un poco más de fuerza logró abrir, no había nadie, sólo una escalera que iba hacia el interior la bajó con mucho cuidado y vio a alguien de espaldas y escribiendo con una vieja maquina de escribir… se giró y se vio a si misma, Te estaba esperando replicó la joven escritora, mi nombre es Adnama soy tu, o tu eres yo y si, estás muerta, primero falleciste en alma, por todos aquellos insultos, faltas de respeto, todos los calla esa puta boca, todos los golpes, patadas, amenazas. Estas muerta por querer ocultar los golpes con un espeso maquillaje. Y después vino la muerte física, no aguantaste la presión, por que al fin y al cabo, lo querías en tu mente de quinceañera eterna, no aguantaste la presión de su familia, ni de la tuya, no aguantaste la presión de tener dos niños, de tener una familia, así que te cortaste las venas de tus muñecas, agua caliente una cuchilla y … ahora tienes el dolor de ver como tu madre y abuela te entierran, de ver a tus niños crecer sin madre, ni padre, de no saber nunca lo que significa dignidad, ahora no puedes tener de decir basta, ya no existes y cada día existirás un poco más por que has muerto, pero antes habías muerto en vida.
Empapada en llanto, se abrazó a su doble, algo pasó, los dos cuerpos empezaron a fundirse en un cuerpo sólo, una luz brillante emanó de ellos y se convirtieron en un espeso polvo, encima de ellos, unos papeles escritos con una vieja maquina de escribir, el manuscrito que escribió la propia Amanda, la historia de su vida y de su muerte, esperando a que alguien la lea, ya que ella nunca podrá dar su versión y sabiendo de una vez que una parte de ella, la inconformista, había gritado en el silencio mucho tiempo, rompiendolo su otro yo, Adnama, su Alter Ego. 


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